OLOR A PODRIDO...

Nadie nos dijo desde la adolescencia que la vida en pareja iba a requerir de mucho trabajo personal, de poner a prueba nuestra tolerancia, paciencia y que exige conocernos a nosotros mismos; aceptar nuestros demonios para adaptarnos a los del otro. Pero sobre todo que el ingrediente principal para lograrlo es estar enamorado: fuera de esa combustión interna, todo el proceso se hace complejo.

La vida en pareja no es ‘tócame un tango’ ni siquiera en el noviazgo donde cada quien agarra sus cosas y se puede ir a dormir a su casa y olvidarse del conflicto hasta la siguiente llamada telefónica. Entonces, claro, se hace costumbre que el amor sea un guerra continua. Quizás heredado desde el punto de vista que los padres les dieron sobre lo que era la unión de dos personas pero hoy por hoy la gran mayoría ya se acostumbró a que es normal que las cosas se salgan de control, que en una pelea se insulten, salgan lastimados y vivan acechando el estado de humor del otro para encontrarse en una explosión irremediable: cuando lo que quedaba de paciencia se acabó. Del respeto ya no quedan ni migajas.

‘Cuando el respeto ya se acaba entre dos personas, ya no hay nada por lo cual luchar’. Pero yo no le hacía caso hasta que las cosas terminaban con situaciones dignas de la notapolicial. Y es muy cierto. El respeto es frágil; es fácil decir groserías, hacer gestos obscenos, utilizar la información que sólo tú tienes de tu pareja para lastimarla o enumerar sus defectos con desprecio. Y una vez que se cruzó esa línea ya no vuelves atrás. El respeto ya no lo puedes pegar, ya no lo puedes limpiar, se fue, it’s gone for ever and never.

Quedarse viviendo así es lo más simple; sintiendo tristeza, frustración, sueños que se cargó la bruja, hartazgo. Hay que comenzar por sanarse uno mismo y a aceptar. Si no, entonces ¿qué caso tiene ocupar un sitio en una sociedad, colaborar al maldito PIB y comprar y comparar babosadas para comérselas, colgárselas y adornar nuestro casi jodido entorno?

El respeto no llega solo ni surge por simbiosis con la pareja: se gana y se germina. Y comienza en uno mismo. Saberse atacado en el respeto, otorgar ‘licencias’ a la pareja tras haberte insultado o hasta dado desde unos empujones o ‘golpecillos’, pretextando que ‘tú lo provocaste’, ‘estaba muy enojad@’, ‘ha estado bajo mucho estrés’, y demás, pareciera un mitigante pero algo sabio dentro de ti lo tiene claro: No te respetas un gramo, ¿cómo esperar que tu pareja lo haga?

Terminar hecho pedazos no es parte del itinerario ni del repertorio. Nadie, ni nada, ni el miedo más profundo merece que anules el valor, la valía intrínseca a tu existencia. Entregar lo que queda de ti para que lo usen de trapeador es equivalente a hacerte invisible. No esperen a que sus relaciones lleguen a estados de putrefacción, ¿hay alarmas de estar en vías de descomposición? Actúen.

Y que quede claro que el respeto no sólo está en las palabras. La falta de éste no sólo implica insultos o críticas hirientes. La ambivalencia, el estar y no estar, el dar con gotero el amor, la atención, el compromiso también es falta de respeto. El chantaje lo es y un clásico. El secuestro de la paz mental y emocional, también. Ojo, no se vayan por el cliché de la falta de respeto. Hay miles de formas de pisotear uno. ¿Qué faltas de respeto se están permitiendo o están ejecutando?

Comentarios

  1. ES cierto, cuando en una relación de pareja se pierde el respeto...mal asunto.

    Un abrazo

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  2. MUY BIEN AZUZENA! Este relato tuyo puede hacer despertar de una pesadilla disfrazada de normalidad a alguien que te lea, y ayudar a salir de una situación enferma. Esta vida es la única que conocemos, tenemos que cuidarnos, un abrazo!

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