EL FRACASO EXISTENCIAL EN DON QUIJOTE


Durante 50 años, el hidalgo manchego vegetó al margen del tiempo y de sí mismo. Le sobraban apodos pero no tenía una historia y, mientras no la tuviera, no sería nadie. Como no había hecho nada con ellos, sus años no podían constituir por sí solos una historia, del mismo modo que sus múltiples sobrenombres no le daban una identidad. Pero para dejar de ser un tipo (el hidalgo) y transformarse en un individuo no bastaba con su sola voluntad. Necesitaba una imagen de sí mismo hacia la que proyectarse y en función de la cual actuar. Ese modelo se lo proporcionaron, como todos sabemos, los libros de caballería.

Si “existir” significa etimológicamente “separarse”, entonces podríamos afirmar que el fracaso de Don Quijote consiste en que nunca consiguió existir realmente por cuanto jamás logró independizarse de su modelo. De manera acorde con su mentalidad todavía estamental, Don Quijote confunde ser caballero con ser él mismo. Y, si bien es cierto que una cosa hizo posible la otra, también lo es que a la larga le impidió a ésta existir por sí sola. De allí que cuando el caballero sea derrotado, Don Quijote no pueda sobrevivirlo.

Cervantes ya sabía que la realidad funciona habitualmente como prestigiosa coartada de la traición a uno mismo o a los valores en que se cree. Por eso, al hacer de Don Quijote un loco, sugiere que para vivir según la verdad hay que empezar por no someterse a la realidad.

Como todo caballero sin dama, después del capítulo X de la Segunda Parte Don Quijote es un “cuerpo sin alma”. De allí su pérdida de empuje. Ya casi no transforma imaginativamente la realidad ni provoca las aventuras. Se deja persuadir de no atacar (II, XI), reconoce que se equivocó al destrozar el retablo de maese Pedro y paga los daños (II, XXVI), huye del peligro (II, XXVII), se convierte en involuntario bufón de los duques. En vista de todo esto y de otros muchos ejemplos que podrían aducirse, sería lícito afirmar que  Don Quijote se embarcó en su aventura porque nunca sintió que su vida era plena, nunca hizo nada de valor, nunca tuvo ni para comer bien, entonces su única posibilidad fue transformar la realidad para crear un submundo que existía sólo en su pobre y triste imaginación.


Con Don Quijote vencido y desengañado, sufre el individuo moderno su primer fracaso. Pero, a la vez, recibe del caballero su mayor lección: la de que los encantadores del realismo sin alma pueden imponerse, pero jamás vencer de manera definitiva. Porque la aventura, a partir de él, ya no depende de la suerte (ventura) ni del poder (encantadores), sino del “esfuerzo y el ánimo” de cada uno para convertir cada día a Aldonza Lorenzo en Dulcinea del Toboso.

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